La autonomía económica de las mujeres ha surgido como un pilar esencial en el discurso feminista contemporáneo, desafiando los estereotipos tradicionales que limitan a las mujeres a roles específicos en el ámbito laboral y que las sitúan solo en el ámbito privado y doméstico. A través de la educación y el acceso a oportunidades laborales diversas, las mujeres pueden romper barreras y participar plenamente en sectores previamente dominados por hombres.
Este tipo de autonomía otorga a las mujeres la capacidad de tomar decisiones fundamentales sobre sus vidas sin depender exclusivamente de los ingresos de otros. Esto es esencial para romper el ciclo de subordinación económica que perpetúa relaciones desiguales. En términos prácticos se traduce en igualdad de salarios, democratización del trabajo de cuidados, protección del trabajo formal, informal y de emprendedurismo, desafiando así las normas culturales que perpetúan la desigualdad de género.